1. Jesús sube a nuestra barca.
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Aconteció un día, que entró en una barca con sus discípulos, y les dijo:
Pasemos al otro lado del lago. Y partieron.”
Jesús subió a la barca de sus
discípulos. Él compartió en el lugar de trabajo de ellos. Es lo que el Señor
hace al llegar a nuestras vidas, no se conforma con ser nuestro Maestro de
Biblia, nuestro Médico y Ayudador; Él se transforma en nuestro mejor Amigo y se
involucra en todos los aspectos de nuestra vida. Jesús es más que un Maestro de
Religión, es un Maestro de Vida.
Al subir a la barca, símbolo de nuestra
vida completa, Jesucristo toma el liderazgo. Solemos dividir la vida en secular
y religiosa, pero en verdad la vida es integral, una sola, y Cristo quiere ser
Señor de toda ella.
“Pasemos al otro lado del lago”, les
dice y ellos obedecen. Cuando Jesús llega a nuestra vida nos invita a partir en
un viaje extraordinario hacia la otra orilla, de este mundo material hacia
aquel mundo espiritual. El discipulado cristiano es un camino de vida integral,
material y espiritual, de devoción y servicio, cuyo comienzo es la conversión y
la meta la completa transformación a la imagen de Jesús. El camino entre el
inicio y la meta es el permanente aprendizaje de Cristo en la vida personal,
cuyo fruto será el desarrollo de virtudes, buenas obras y multiplicación de
otras vidas.
2. Jesús se duerme.
“3
Pero mientras navegaban, él se durmió. Y se desencadenó una tempestad de viento
en el lago; y se anegaban y peligraban.”
La vida cristiana es una navegación, un
traslado en medio del océano del mundo, la carne y las tinieblas, que a veces
puede ser calmo y otras agitado y tormentoso. Cuenta el Evangelio que mientras
los discípulos navegaban, Jesús se durmió. A veces quitamos la atención del
Señor, la oración, la Palabra de Dios, la meditación en Cristo, y ponemos la
mirada en nuestras capacidades, nuestra barca, nuestras herramientas, tomamos
el timón nosotros. Entonces Cristo duerme. Recordemos aquella noche de dolor
cuando estaba el Señor a punto de ser apresado; Jesús les pidió a los
discípulos que velaran y oraran por Él, mas ellos se quedaron dormidos. Jesús
les dijo “Velad y orad, para que no
entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es
débil.” (San Mateo 26:41) Cuando
dejamos de velar y orar, Cristo se duerme en nosotros y quedamos expuestos a
nuestra pobre y débil humanidad.
Al dormirnos se desencadenan las peores
tormentas. Aparecen las debilidades de la carne y sus concupiscencias: los
apetitos desordenados, las envidias, la arrogancia y la vanidad. Surgen las tentaciones
del mundo, a consumir, a adquirir poder, el afán por el dinero y la fama.
Comienza a movilizarse el mundo sobrenatural de las tinieblas y nos ataca
espiritualmente con acidia, incredulidad, carnalidad, pereza, “Porque no tenemos lucha contra sangre y
carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de
las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las
regiones celestes.” (Efesios 6:12)
Como los discípulos en la barca, en
medio de la tempestad, empezamos a “hacer agua”, a anegarnos, desfallecer y
peligrar en la fe.
3. Jesús reprende la tempestad.
“24
Y vinieron a él y le despertaron, diciendo: ¡Maestro, Maestro, que perecemos!
Despertando él, reprendió al viento y a las olas; y cesaron, y se hizo bonanza.”
Sólo Jesús, el Maestro de Sus
discípulos, puede dominar las fuerzas incontrolables de la creación y hacer
bonanza. Sólo Jesucristo puede salvarnos de perecer en el pecado, la
incredulidad, la culpa, el egoísmo y la ignorancia espiritual. Cuando nos hallamos
frente a un problema, sea físico, social, psicológico o espiritual, lo primero
que debemos hacer es acudir a Jesús: “¡Maestro, Maestro, que perecemos!”. La fe
cristiana nos hace independientes de nuestras debilidades pero dependientes del
poder de Dios. Necesitamos a Cristo para resolver, enfrentar y superar todo
problema.
La atmósfera es un caos, vientos
huracanados azotan las velas de la débil embarcación. Hay vientos tan fuertes
que pueden arrastrar lejos a una persona. El apóstol Pablo compara la herejía
con un viento fuerte y nos advierte: “para
que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de
doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las
artimañas del error” (Efesios 4:14)
El enemigo de las almas quiere desviarnos, hacernos caer en la incredulidad y llevarnos
lejos de la fe en Dios.
El mar está revuelto y grandes olas se
alzan amenazando con hundir nuestra barca. Cuando Jonás huía de Dios y Su
voluntad en una embarcación que navegaba hacia Tarsis, “Jehová hizo levantar un gran viento en el mar, y hubo en el mar una
tempestad tan grande que se pensó que se partiría la nave” (Jonás 1:4) A veces el Señor debe
permitir tempestades en nuestra vida para despertarnos a la fe, para hacer Su
voluntad en nosotros. El profeta fue lanzado a las olas, tragado por un pez y
arrojado en la playa justo frente a la ciudad donde Dios le había mandado.
Jesús reprendió al viento y a las olas,
porque Él puede dominar Su creación. El Señor es Soberano sobre toda circunstancia,
por tanto a Él debemos someter toda situación.
4. Jesús desafía nuestra fe.
“25
Y les dijo: ¿Dónde está vuestra fe? Y atemorizados, se maravillaban, y se
decían unos a otros: ¿Quién es éste, que aun a los vientos y a las aguas manda,
y le obedecen?”
Luego de tranquilizar la mar, Jesús les
reprende “¿Dónde está vuestra fe?”. No habla de cualquier fe, de una creencia
popular o una superstición; tampoco de fe en sí mismos o en algún gurú, sino
que se refiere a una fe específica: la fe en el Dios Único y Todopoderoso. “¿Quién
es éste, que aun a los vientos y a las aguas manda, y le obedecen?” No puede
ser otro que el Creador mismo de esos vientos y esas aguas. En Él debemos
depositar toda nuestra confianza, toda esperanza, en fin toda nuestra fe. Por
eso la fe cristiana es la fe de Jesús. Esa es nuestra fe, la fe en Aquel que
calma las tempestades.
En estos tiempos de paganismo en que
muchas personas ponen su confianza en otros dioses y diosas, en hombres y
mujeres muertos, en animitas y santos que nunca existieron, en hombres que les
prometen sanación, en espíritus y objetos milagrosos, necesitamos estar alertas
para caer en similar herejía y aferrarnos a la fe de Jesús.
Existe la confianza propia, la seguridad
personal, la confianza en las propias capacidades, esto es normal, y hasta
necesario; no ser personas inseguras. Pero jamás esa confianza natural debe
superar a la confianza sobrenatural que es la fe dada por Dios. Es deber de
cristianos aclarar a la gente estos conceptos. No por un respeto hacia las
creencias de los demás, les vamos a dejar en su ignorancia. Invitémosles a
confiar en el Dios verdadero, presentémosles a Jesucristo, el que calma
tempestades; enseñémosles a acercarse a Dios en oración para enfrentar las
tempestades de la vida.
El apóstol Pablo, cuando era llevado
preso a Roma, en una embarcación, se vio en medio de una tempestad en el Mar
Mediterráneo, junto a marineros y soldados. Confió en Dios y Éste le consoló.
El apóstol dio testimonio y confianza a la tripulación: “22 Pero ahora os exhorto a tener buen ánimo, pues no habrá ninguna
pérdida de vida entre vosotros, sino solamente de la nave. / 23 Porque esta
noche ha estado conmigo el ángel del Dios de quien soy y a quien sirvo, / 24
diciendo: Pablo, no temas; es necesario que comparezcas ante César; y he aquí,
Dios te ha concedido todos los que navegan contigo. / 25 Por tanto, oh varones,
tened buen ánimo; porque yo confío en Dios que será así como se me ha dicho.”
(Hechos 27:22-25) Del mismo modo
nosotros debemos dar testimonio de valentía y fe cuando estemos en todo tipo de
tribulación, dando ánimo y confianza a quienes nos acompañan.
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