jueves, 9 de abril de 2020

JESÚS CALMA LAS TEMPESTADES








1. Jesús sube a nuestra barca.
“22 Aconteció un día, que entró en una barca con sus discípulos, y les dijo: Pasemos al otro lado del lago. Y partieron.”

Jesús subió a la barca de sus discípulos. Él compartió en el lugar de trabajo de ellos. Es lo que el Señor hace al llegar a nuestras vidas, no se conforma con ser nuestro Maestro de Biblia, nuestro Médico y Ayudador; Él se transforma en nuestro mejor Amigo y se involucra en todos los aspectos de nuestra vida. Jesús es más que un Maestro de Religión, es un Maestro de Vida.

Al subir a la barca, símbolo de nuestra vida completa, Jesucristo toma el liderazgo. Solemos dividir la vida en secular y religiosa, pero en verdad la vida es integral, una sola, y Cristo quiere ser Señor de toda ella.

“Pasemos al otro lado del lago”, les dice y ellos obedecen. Cuando Jesús llega a nuestra vida nos invita a partir en un viaje extraordinario hacia la otra orilla, de este mundo material hacia aquel mundo espiritual. El discipulado cristiano es un camino de vida integral, material y espiritual, de devoción y servicio, cuyo comienzo es la conversión y la meta la completa transformación a la imagen de Jesús. El camino entre el inicio y la meta es el permanente aprendizaje de Cristo en la vida personal, cuyo fruto será el desarrollo de virtudes, buenas obras y multiplicación de otras vidas.


2. Jesús se duerme.
“3 Pero mientras navegaban, él se durmió. Y se desencadenó una tempestad de viento en el lago; y se anegaban y peligraban.”

La vida cristiana es una navegación, un traslado en medio del océano del mundo, la carne y las tinieblas, que a veces puede ser calmo y otras agitado y tormentoso. Cuenta el Evangelio que mientras los discípulos navegaban, Jesús se durmió. A veces quitamos la atención del Señor, la oración, la Palabra de Dios, la meditación en Cristo, y ponemos la mirada en nuestras capacidades, nuestra barca, nuestras herramientas, tomamos el timón nosotros. Entonces Cristo duerme. Recordemos aquella noche de dolor cuando estaba el Señor a punto de ser apresado; Jesús les pidió a los discípulos que velaran y oraran por Él, mas ellos se quedaron dormidos. Jesús les dijo “Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil.” (San Mateo 26:41) Cuando dejamos de velar y orar, Cristo se duerme en nosotros y quedamos expuestos a nuestra pobre y débil humanidad.

Al dormirnos se desencadenan las peores tormentas. Aparecen las debilidades de la carne y sus concupiscencias: los apetitos desordenados, las envidias, la arrogancia y la vanidad. Surgen las tentaciones del mundo, a consumir, a adquirir poder, el afán por el dinero y la fama. Comienza a movilizarse el mundo sobrenatural de las tinieblas y nos ataca espiritualmente con acidia, incredulidad, carnalidad, pereza, “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.” (Efesios 6:12)

Como los discípulos en la barca, en medio de la tempestad, empezamos a “hacer agua”, a anegarnos, desfallecer y peligrar en la fe.


3. Jesús reprende la tempestad.
“24 Y vinieron a él y le despertaron, diciendo: ¡Maestro, Maestro, que perecemos! Despertando él, reprendió al viento y a las olas; y cesaron, y se hizo bonanza.”

Sólo Jesús, el Maestro de Sus discípulos, puede dominar las fuerzas incontrolables de la creación y hacer bonanza. Sólo Jesucristo puede salvarnos de perecer en el pecado, la incredulidad, la culpa, el egoísmo y la ignorancia espiritual. Cuando nos hallamos frente a un problema, sea físico, social, psicológico o espiritual, lo primero que debemos hacer es acudir a Jesús: “¡Maestro, Maestro, que perecemos!”. La fe cristiana nos hace independientes de nuestras debilidades pero dependientes del poder de Dios. Necesitamos a Cristo para resolver, enfrentar y superar todo problema.

La atmósfera es un caos, vientos huracanados azotan las velas de la débil embarcación. Hay vientos tan fuertes que pueden arrastrar lejos a una persona. El apóstol Pablo compara la herejía con un viento fuerte y nos advierte: “para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error” (Efesios 4:14) El enemigo de las almas quiere desviarnos, hacernos caer en la incredulidad y llevarnos lejos de la fe en Dios.

El mar está revuelto y grandes olas se alzan amenazando con hundir nuestra barca. Cuando Jonás huía de Dios y Su voluntad en una embarcación que navegaba hacia Tarsis, “Jehová hizo levantar un gran viento en el mar, y hubo en el mar una tempestad tan grande que se pensó que se partiría la nave” (Jonás 1:4) A veces el Señor debe permitir tempestades en nuestra vida para despertarnos a la fe, para hacer Su voluntad en nosotros. El profeta fue lanzado a las olas, tragado por un pez y arrojado en la playa justo frente a la ciudad donde Dios le había mandado.

Jesús reprendió al viento y a las olas, porque Él puede dominar Su creación. El Señor es Soberano sobre toda circunstancia, por tanto a Él debemos someter toda situación.



4. Jesús desafía nuestra fe.
“25 Y les dijo: ¿Dónde está vuestra fe? Y atemorizados, se maravillaban, y se decían unos a otros: ¿Quién es éste, que aun a los vientos y a las aguas manda, y le obedecen?”

Luego de tranquilizar la mar, Jesús les reprende “¿Dónde está vuestra fe?”. No habla de cualquier fe, de una creencia popular o una superstición; tampoco de fe en sí mismos o en algún gurú, sino que se refiere a una fe específica: la fe en el Dios Único y Todopoderoso. “¿Quién es éste, que aun a los vientos y a las aguas manda, y le obedecen?” No puede ser otro que el Creador mismo de esos vientos y esas aguas. En Él debemos depositar toda nuestra confianza, toda esperanza, en fin toda nuestra fe. Por eso la fe cristiana es la fe de Jesús. Esa es nuestra fe, la fe en Aquel que calma las tempestades.

En estos tiempos de paganismo en que muchas personas ponen su confianza en otros dioses y diosas, en hombres y mujeres muertos, en animitas y santos que nunca existieron, en hombres que les prometen sanación, en espíritus y objetos milagrosos, necesitamos estar alertas para caer en similar herejía y aferrarnos a la fe de Jesús.

Existe la confianza propia, la seguridad personal, la confianza en las propias capacidades, esto es normal, y hasta necesario; no ser personas inseguras. Pero jamás esa confianza natural debe superar a la confianza sobrenatural que es la fe dada por Dios. Es deber de cristianos aclarar a la gente estos conceptos. No por un respeto hacia las creencias de los demás, les vamos a dejar en su ignorancia. Invitémosles a confiar en el Dios verdadero, presentémosles a Jesucristo, el que calma tempestades; enseñémosles a acercarse a Dios en oración para enfrentar las tempestades de la vida.

El apóstol Pablo, cuando era llevado preso a Roma, en una embarcación, se vio en medio de una tempestad en el Mar Mediterráneo, junto a marineros y soldados. Confió en Dios y Éste le consoló. El apóstol dio testimonio y confianza a la tripulación: “22 Pero ahora os exhorto a tener buen ánimo, pues no habrá ninguna pérdida de vida entre vosotros, sino solamente de la nave. / 23 Porque esta noche ha estado conmigo el ángel del Dios de quien soy y a quien sirvo, / 24 diciendo: Pablo, no temas; es necesario que comparezcas ante César; y he aquí, Dios te ha concedido todos los que navegan contigo. / 25 Por tanto, oh varones, tened buen ánimo; porque yo confío en Dios que será así como se me ha dicho.” (Hechos 27:22-25) Del mismo modo nosotros debemos dar testimonio de valentía y fe cuando estemos en todo tipo de tribulación, dando ánimo y confianza a quienes nos acompañan.